lunes, 28 de septiembre de 2015

Truman Capote, ese sociópata

"Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio."
Homosexual declarado, excéntrico y ególatra, padecía epilepsia y se confesaba alcohólico. Decía que todos los escritores lo son porque empiezan sus días totalmente en blanco, sin nada. Su hoja en blanco era sinónimo de angustia.
Le gustaba el escándalo, era autodestructivo y no dudaba en manipular la verdad.
Tenía tanto ego que no podía disimular cuando alguien le parecía inferior. Solía reírse de sí mismo y de los demás. De Hemingway llegó a decir que era una engañifa.
La realidad es que, a pesar de las fiestas a las que asistía rodeado de gente, estaba solo y sin amigos.

Sólo una amiga de toda la vida, Harper Lee (Matar a un ruiseñor, 1960), con quien paliaba la soledad desde bien pequeño, y de quien era vecino en el pequeño pueblo de Monroeville (Alabama). Compartían sus juegos infantiles, una máquina de escribir y el primer tanteo con la literatura, -de hecho se inspirarán mutuamente para crear personajes para sus novelas-.

Pero esa amistad le durará sólo unos años. En el otoño de 1959 aparece una noticia en el New York Times sobre el asesinato de una familia de granjeros en Holcomb (Kansas) sobre el que Truman se toma mucho interés. Nacerá así su obra más conocida "A sangre fría", un relato minucioso sobre este hecho, mezcla de narración y técnicas periodísticas que le convertirá en el padre del nuevo periodismo (new journalism), una corriente que combina ficción narrativa y reportaje. 
Truman intenta ganarse la confianza de los habitantes de Holcomb pero todo el mundo desconfía de él, llegando a decir incluso que podía ser el asesino. Quien le abre las puertas de la investigación es Lee, que se gana la confianza de la gente y le brinda los contactos de la policía local.

Cuando sale el libro publicado sólo aparece un insignificante reconocimiento para Lee, y es en ese momento cuando la amistad llega a su fin. 
"Truman Capote era un psicópata" afirma Lee. Lo cierto es que no marcaba ciertos números de teléfono porque la suma de ellos era un número de mala suerte y no soportaba que tres colillas de cigarrillo estuvieran en el mismo cenicero.

Capote solía tener la muerte presente. Sufría depresión, esa sensación de no querer levantarte de la cama -decía-, que se acentuaba con el consumo excesivo de las drogas y el alcohol. No era feliz ni tampoco la buscaba. Decía que sólo los idiotas y los imbéciles lo son.

Su muerte llega el 25 de agosto de 1984, a la edad de 59 años, a causa de una dolencia hepática. 

Un escritor tan amado como despreciado. Quizá de eso se trataba, de no dejar a nadie indiferente. 

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